domingo, 26 de octubre de 2008

Para pensar la DEMOCRACIA:artículo de Manuel Silva Garretón

"Más allá de la vigencia de libertades públicas y de la capacidad de elección de autoridades que nos han traído las democracias en las últimas décadas, y que son de un valor inconmensurable e irrenunciable, ¿cuánto ha cambiado la experiencia de la gente respecto de ser dueños de sus propios destinos?
Parece que la percepción cotidiana de los ciudadanos en nuestras democracias, sin dejar de valorar la existencia de éstas, es que sus vidas están sometidas a poderes que las controlan y que les impide ser reales sujetos de ellas: compañías telefónicas y comunicacionales que les imponen planes y opciones sin que pueda uno acceder a plantear sus verdaderas necesidades y sin que nadie se haga responsable de los errores o defectos; sistemas de salud y previsión organizados básicamente como negocios ajenos a los problemas reales; líneas aéreas convertidas en monopolios de alianzas que retrasan y cancelan vuelos cuando se les ocurre, y tratan a los pasajeros peor que a animales en tropel; organismos financieros que se las arreglan para endeudar a la gente independientemente de sus propias decisiones; medios de comunicación, especialmente audiovisuales, que organizan la información o definen deseos y aspiraciones según los dictados de la publicidad que los financia o de sus dueños.
Podríamos seguir con una lista de aparatos e instituciones que aprisionan nuestras vidas y organizan el mundo sin que los mecanismos democráticos o la política puedan controlarlos.A veces incluso hay instituciones públicas que juegan ese mismo papel.
Se trata de lo que se ha llamado los poderes fácticos: cualquier actor, aparato, instancia, en una sociedad que usa sus recursos, poder o influencia más allá de las funciones que le son legítimamente reconocidas y de acuerdo a sus propios intereses y lógicas y no a las demandas y aspiraciones de a quienes va dirigida.
Y esto puede afectar tanto las vidas individuales como las esferas públicas y políticas. Las grandes empresas transnacionales cuando controlan el mercado de un país y no se adecuan a las regulaciones, las Iglesias cuando determinan las orientaciones de valores sin respeto a la libertad personal, los medios de comunicación cuando fijan las agendas de los gobiernos, los militares cuando presionan a la autoridad política usando los instrumentos que la sociedad les ha entregado, pero también los presidentes democráticos o el poder judicial o los Tribunales Constitucionales cuando sobrepasan sus facultades y usan el poder que tienen en ámbitos que exceden sus atribuciones, o el Fondo Monetario Internacional cuando impone condiciones draconianas a los países para determinar su política económica, actúan como poderes fácticos.
Ninguna de estas instancias son, en sí mismas o por naturaleza, poderes fácticos, pero pueden llegar a serlo.
Porque ésta es la diferencia con otras épocas, en que los poderes fácticos dependían, o imaginábamos que dependían, de una sola forma de dominación o de un solo factor, como podía ser la explotación de clases, el dinero o un poder político, burocrático, autoritario o dictatorial.
Combatirlos, entonces, era cuestión de luchar por resolver esa causa única que los producía. En la sociedad actual, si bien no desaparecen ciertas lógicas generales, no hay una sola forma de dominación de la que dependan todas, sino que de diferentes fuentes, riqueza, conocimiento, información, espacios locales, servicios, comunicación etc, además de las clásicas, surgen los poderes fácticos contemporáneos, a veces concatenados entre sí, a veces aislados, pero no por eso menos opresores.
La democracia política aparece como impotente y la idea de ciudadanía, que parece ser eficaz para garantizar derechos frente al Estado y al poder político, no lo es necesariamente frente a los poderes fácticos, no siempre dependientes del Estado y que operan en campos nuevos de derechos para los que no existen instituciones que los garanticen, como ocurre en el campo comunicacional o medio ambiental.
En parte el tan mentado distanciamiento de la política se debe a que ésta no logra controlar las dominaciones que afectan la vida de la gente y, a su vez, este distanciamiento contribuye a dejarla más indefensa.
Y no es sino en la política y en la profundización democrática que, junto con asegurar y mejorar la democracia representativa, pueden además encontrarse mecanismos e instituciones que permitan a la gente controlar los nuevos poderes fácticos.
Una lectura relativamente irresponsable de esta nueva situación lleva a la crítica radical de la política y de los partidos e intenta construir una idea de una "sociedad civil", en que los sujetos por sí mismos, sin instituciones, acción colectiva o partidos, pueden luchar contra los poderes fácticos.
Se declara así superada la política tradicional, pero ello no ha significado la disminución de los tales poderes sino que, aún más, ellos parecen reemplazar a la política misma.
En América latina este problema de la sociedad contemporánea se agrava porque no existe, salvo excepciones, tradición de combinar la lucha política con las otras formas de acción colectiva y nuestra creatividad institucional es muy limitada.
Porque se trata de eso, de generar instituciones que permitan que tal como la vida política está sometida al voto y participación ciudadana, estas formas de dominación ordinaria y corriente sean también reguladas y controladas por los ciudadanos.
La experiencia de organización social en barrios en la lucha contra la delincuencia, de consumidores de servicios públicos, o de apoderados en la educación, entre muchísimas otras, debieran ser aprovechadas, en la construcción de instituciones y organizaciones a veces puramente particulares, a veces públicas y estatales y otras veces mixtas, que permitan controlar efectivamente los poderes que dominan nuestras vidas".
El autor del artículo es Sociólogo de la Universidad de Chile.

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